lunes, 19 de enero de 2009

Debo Confesarlo


Debo confesarlo: yo fui a ver un partido de Racing Club de Avellaneda. Y fui a su tribuna. Esto no tendría nada de raro de no ser que soy, desde la cuna, ferviente simpatizante de la vereda de enfrente. Me refiero, obviamente, al glorioso Independiente. Pero esa tarde fui a ver a Racing. Me acomodé ahí, cerquita de la Guardia Imperial, su famosa barra brava. Era un partido decisivo. Jugaban Racing y Belgrano de Córdoba para definir quién se iba al descenso. Partido de vuelta. El primero fue un empate en Córdoba. Racing, con ventaja deportiva, podía salvarse incluso con un empate. El revés de la moneda era una victoria de Belgrano y la consecuente sepultura de la Academia en los infiernos del nacional B.

Debo confesarlo también. Mi presencia aquella tarde no se justificaba ni por amor al fútbol, ni por una insipiente confraternidad con los primos de Avellaneda, ni mucho menos por un inusitado aliento a los Celestes. Lo mío, sencillamente, eran ganas de ver bien, pero bien cerca, el sufrimiento de los hinchas de racing. Poder ser testigo ocular de cómo, minuto a minuto, éstos se iban entumeciendo y desangrando en hieles. Me regodeaba solamente pensando en verles correr el maquillaje celeste y blanco con el salitre de sus lágrimas, y con sus bocas mugrientas de haber mordido, nuevamente, el polvo de la derrota. Más de uno me dijo que lo mío fue una crueldad. Me fustigaron por gozar con el sufrimiento ajeno y no con el placer propio. Pero no entienden, justamente mi placer emanaba del sufrimiento de ellos.

Racing había sido durante los últimos torneos un verdadero desastre. Técnicos nómades, dirigentes incapaces y jugadores que, pobres, hacían lo que podían. Y esa hinchada… Cómo podía ser que aún inmersos en la más grande de las tristezas gritasen como lo hacían, y pagasen entrada para ver a esos muertos refrío!. Seguramente es algo que nuestro paladar negro de diablos rojos, nunca podrá entender.

Racing tenía esa tarde todas las de ganar. Pero con Racing uno nunca sabía, y nuestro sadismo siempre tenía un regalito final cuando parecía que la película ya había terminado. De hecho, en el último torneo perdieron partidos increíbles. Un seguro tres a cero a favor, fue remontado increíblemente por San Lorenzo y liquidado con un cuatro a tres a favor de los de Boedo.

Es cierto, también debo reconocer que Racing tuvo mucha mala suerte. Pero mi teoría es que la mala suerte no existe. Me parece una cuestión miope confiar en ella como depositaria de los destinos. Lo de Racing no es mala suerte. Se trata sencillamente de una selección de la naturaleza, una programación genética que devuelve al polvo a aquellos seres, en este caso un club, que nunca deberían haber superado aquel estado y que no tienen chances de sobrevida en un mundo tan competidor como el nuestro. Una suerte de “ley del más fuerte” pero sin pelea. Directamente un suicidio sabio y a cuenta gotas en el que, el suicida, va aceptando el triste papel que le ha tocado en esta vida, el de un perfecto desgraciado.

Siguiendo con el partido, un condimento extra que sazonaba este encuentro fue la introducción de una más que polémica innovación en el reglamento. Como consecuencia de las fundadas sospechas sobre la legitimidad e imparcialidad de los arbitrajes, se decidió probar una manera más transparente de resolver los pleitos que surgieren en el desarrollo del juego. La medida, engorrosa por cierto, consistía en definir, mediante el voto de cada uno de los hinchas presentes en el estadio, el destino del fallo de un referie. Por supuesto que esta determinación de la AFA generó quejas desde todos los puntos cardinales, especialmente desde los equipos denominados chicos, ya que la balanza siempre se inclinaría hacia el platillo de los clubes con más hinchada. Esto era una simple cuenta matemática y de regla de tres simple. Simple. También estaban los cuestionamientos de los estéticos que nunca faltan. Anunciaban apocalípticamente demoras soporíferas generadas por esta disposición reglamentaria, que llevarían a que directamente los simpatizantes abandonasen las tribunas entre bostezos luego de la centésima interrupción para votar si la pelota le pegó o no en la mano al centrofoward del equipo visitante.. Es cierto, contar los brazos en alto de más de cuarenta mil personas, no sería tarea sencilla, más aún si esto se convertiría en una acción frecuente y a la que se recurría cada vez que el referie pitase una falta. La sensatez primó, y se consensuó que este derroche de democracia sólo fuese convocado ante jugadas denominadas claves. Léase, penales, goles anulados o en dudosa posición, y tarjetas rojas.

Volviendo a aquella tarde, el partido fue un monólogo con acento cordobés. Racing, consumido por los nervios, a pesar de tener ventaja deportiva, no podía conservar la pelota, y el equipo Pirata dominaba todos los sectores del campo. Pero fallaba en la definición, pelotazos en el travesaño, o que besaban los rincones del arco de Martinez Gullota, para luego perderse atrás de los carteles de publicidad. Un silencio conmovedor hacía ruido en el cilindro de Avellaneda. Fue un match intenso, lleno de emociones. Y fue el debut de aquel reglamento. Yo lo observaba desde mi lugar en la tribuna. En realidad, lo que yo miraba, y gozaba, eran los rostros de aquellos hinchas racinguistas. Ojos desencajados, cábalas a la orden del día, un rosario de santos y estampitas besados por los labios secos del barrabrava más violento. Abuelos, padres y nietos, todos compartiendo un sufrimiento intergeneracional de años, que podría encontrar una válvula de escape en un triunfo salvador. Algunos lloraban, pedían la hora a escasos diez minutos de iniciado el partido. Y otros, ya más inconcientes de sus actos, gritaban, alentaban, e incluso lo hacían de espaldas a la cancha, con el claro objetivo de contagiar a los demás, pero fundamentalmente, de no sufrir ante los ataques de Belgrano y las salvadas providenciales del conjunto académico. Era muy divertido verlos. Mi piel roja disfrutaba verlos agonizar en la fría tarde del domingo.

Todo trascurría con un cero a cero, rondando ya el minuto veinte del segundo tiempo. El nuevo reglamento tuvo su debut, y las opiniones de los hinchas fueron consultadas en innumerables oportunidades. La mayoría por goles en posición dudosa de la gente de Belgrano. Me dio vergüenza ajena la actitud de los hinchas de racing. Hubo dos goles totalmente legítimos de Belgrano que finalmente no fueron otorgados ya que la mayoría simple de la hinchada local optó, obviamente, por sancionar posición adelantada por más que el delantero de Belgrano había arrancado, por lo menos, tres metros habilitado. El empate era realmente injusto. Belgrano merecía dos goles de ventaja. Pero la arbitrariedad del conjunto local, que por otra parte era totalmente lógica, fue torciendo la historia a su favor. Así se fueron sucediendo las votaciones: el árbitro paraba el partido ante un gol en aparente posición adelantada. La voz del estadio organizaba el sufragio. “Los que consideran que el gol fue en off side, que levanten la mano”. Y la gente alzaba sus brazos sudorosos, mientras un pibe con un largavista desde el césped de la cancha iba contando “uno, dos tres, ciento cincuenta, treinta mil ciento diez…” Cada votación demandaba no menos de dos horas. Y fueron, si no recuerdo mal, cinco asambleas que votaron bochornosamente a favor de los intereses de Racing pero en contra de toda moral y honra.

Pero debo confesarlo, luego de esa quinta votación, en la que la hinchada local dictaminó que una patada en la cabeza de Sava sobre el arquero de Belgrano no merecía la expulsión del delantero de Racing, fue que empecé a notar una corriente de pudor en los blanquicelestes. Una suerte de “No podemos ser tan ladrones, no merecemos estar un minuto más en primera, la próxima voto en contra” . Vio, como que los tipos empezaron a alentar menos, a sentirse incómodos, incluso a sonrojarse. Y sucedió lo que sucedió. Minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo, quedaban dos de adicional y, de mantenerse aquel resultado, Racing seguiría en la A y Belgrano en el Nacional B. Insisto en que el resultado era por demás injusto. Además de los tiros en los palos, la injusticia en los fallos arbitrales y, sobre todo, en los de las votaciones, eran los únicos responsables de que Racing no fuese perdiendo. Minuto cuarenta y cinco del segundo tiempo. Corrida del número once de Belgrano, esquiva al arquero y define solo. Gol, gol de Belgrano. Los players del equipo Pirata festejaban corriendo en círculo, se zambullían en imaginarias piscinas de césped, e improvisaban montañas humanas de un modo casi animal. Racing se iba a la B. Los hinchas no lo podían creer. Yo los miraba desinflarse y dejarse caer sobre sus respectivos vecinos. Los ví llorar con un desgarro de entrañas. Los viejos estaban pálidos, impotentes, tristes. Muy tristes. Bustos acababa de hacer el gol de Belgrano… Atención, el árbitro hace señas. Los jugadores de Belgrano, agitados se le vienen al humo. Algunos de ellos aún tratando de incorporarse y sacudiéndose el pasto pegado a sus cuerpos. Pero qué pasa! Cáceres, el defensor de racing osó levantar la mano pidiendo off side, por más que Bustos había arrancado claramente habilitado. Seguramente fue casi un acto reflejo. Es costumbre, sobre todo en los defensores, levantar la mano pidiendo clemencia o posición adelantada, cuando ven que la pelota ha atravesado la linea del propio arco. No tiene vergüenza Cáceres. Pero levantó la mano, y el referí, reglamento en mano tuvo que pedir a los cordobeses que detuvieran su festejo y que aguardasen el dictamen popular. Los mismas hinchas que yo tenía a mi lado, digo, los barrabravas de Racing, se reían. Se enjugaban las lágrimas y reían nerviosamente como diciendo “Qué hijo de puta, no podés pedir off side, no podés”. “Atención, los que consideren que el gol fue legítimo que levanten la mano” ordenó el altoparlante de la voz del estadio. Todas las manos de la hinchada de Belgrano, desaforados, indignados, se alzaron hasta contabilizar ocho mil cuarenta votos. Los de Racing eran cuarenta mil. Era obvio que iban a ganar esta votación también y que se saldrían con las suyas. “Los que consideren que el gol fue en off side que levanten su mano” volvió a invitar el locutor…Y sobrevino el más incómodo de los silencios. De a poco, muy de a poco, se fueron levantando las manos de los hinchas de la Academia. Pero eran algunos, no todos. Y lo hacían tímidamente, con los brazos apenas erguidos. Se tapaban el rostro o pedían perdón a Dios por tan hipócrita actitud. El pibe desde la cancha, con sus binoculares iba haciendo el recuento e iba murmurando con el micrófono “tres, cuatro, ochocientos cincuenta y dos, mil doscientos uno… siete mil seiscientos siete… ocho mil treinta, ocho mil treinta y ocho, ocho mil treinta y nueve, ocho mil cuarenta. Ocho mil cuarenta… Ocho mil cuarenta!!” Se desesperaba el pendejo y gritaba “oyen bien???? Ocho mil cuarenta!!! Así empatamos la votación y por reglamento es gol de ellos!!. Qué les pasa, que vote uno más y ganamos!!! Rogaba el joven, hinchando su vena, que por la memoria de su abuelito, uno más de los presentes, solo uno más, votase que el gol había sido en off side. Pero nadie le hacía caso. Yo los miraba inmutable pero conmovido. Los veía sentarse, abrazados a las banderas y limpiándose los mocos con esos trapos desteñidos por tantas campañas, meneando sus cabezas en gesto pendular. Los veía esencialmente tristes. Muy tristes. Pero ninguno quiso seguir votando. El empate en el sufragio logrado por los menos dignos parecía definitorio. Racing se iba a la B. Y ellos mismos, le soltaron la mano a su Racing, cuando supieron que no valía la pena más agonía. Pensé en esa gente, en ese inexplicable amor por una camiseta que solo les daba frustraciones y sufrimiento. Y sin embargo habían llenado la cancha, habían alentado durante todo el torneo a un equipo sin respuestas, y sobre la hora habían decidido que el equipo de sus amores, de su infancia, de sus padres, se fuese de una vez por todas al descenso.

El pibe de los largavistas insistió por última vez, aunque con la voz ya más apagada y resignada “Ocho mil cuarenta…, gente, un voto más y nos salvamos”. Los miraba y me acordaba de los partidos de mi querido Independiente de Avellaneda en los clásicos contra Racing. Racing, ese Dragón que ya solo escupía un hálito de humo, vencido por David y tambaleante como un toro herido de muerte.

Me puse de pie, miré a mi alrededor, a ese campo de batalla apestado de muerte y derrota, levante mi brazo derecho y grité “Fue off side, fue off side”.

3 comentarios:

  1. Este cuento es fantástico, conmovedor, sencillamente conmovedor

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  2. Cómo puede ser de algun modo que un equipo como el mío -Racing club de Avellaneda- provoque tanto en su persona que sea capaz de hacer lo que en su cuento hizo? provoque tanto que sea capaz de gastar saliva (o el teclado) escribiendo en frases rebuscadas lo q en pocas palabras sería: "VIVO DE RACING"? Sabe? Esas lágrimas que rodaban eran de amor, cosa que no sé si usted sabrá diferenciar de algún que otro sentimiento que le provocó ver sufrir a esa gente.
    Orgullo nacional? Si, eso siento yo de haber visto cómo los colores de mi alma se levantan de a poco, sin la ayuda de nadie más que miles de pibes con largavistas que van a sacarlo adelante.
    Saludos amarg.. digo, Pablo Pannunzio

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  3. unos cuantos años despues de este momento tan feo que paso racing, pude escribir yo, mas o menos, lo que me paso ese dia que jugamos contra los cordobeses. igual, el partido que describiste no es el partido que realmente sucedio. yo todavia me acuerdo el tiro al arco vacio que se fue a carajo. aunque, en verdad, racing jugo como el culo. Igual, me gusto el cuento, de no ser porque soy de racing

    http://lagransudestada.blogspot.com/2010/05/gol.html

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